Día de la mujer trabajadora. A mis tres abuelas.

Tienda ultramarinos

Es complicado decir algo el día de la mujer trabajadora que no haya sido contado ya…así que he decidido dedicar estas palabras a tres importantes mujeres de mi vida.

De mis cinco abuelas, no conocí a las dos biológicas, pero a las otras tres las disfruté más que nadie.

María nació en los años 20 y fue la pequeña de 9 hermanos. Su madre falleció cuando apenas tenía dos, así que desde muy joven,  su condición de mujer  conviviendo con varios varones mayores, hizo que tuviera que trabajar en casa y en el negocio familiar (el único horno del pueblo), de madrugada hasta la noche.

A pesar de tener poco tiempo libre, tuvo un novio. Ella estaba enamorada, pero una larga enfermedad de él, hizo que María perdiera su juventud  esperando su recuperación y poderse casar. Manolo no la superó, y ella se quedó sin novio y con una década más a sus espaldas.

Y siguió trabajando en el horno y para los de su casa…

Cuando ya había perdido la esperanza de formar una familia, estando más cerca de los cincuenta que de los cuarenta, comenzó a verse a escondidas con un viudo que tenía 3 hijos varones…Ese cosquilleo que casi ya no recordaba volvió, pero desafortunadamente su familia no aprobaba aquella relación. Un día cogió las mudas que tenía, se las puso una encima de otra como pudo, y con la complicidad de la madrugada se escapó de casa y se casó con él: mi abuelo.

La familia de mi abuelo, que tenía a sus hijos dispersos por casas para su atención, volvió a reunirse bajo el mismo techo. Mi yaya pasó de ser una solterona, a tener marido y tres hijos de golpe.

Quizás, el mejor regalo para María de este pack, fue el pequeñín de la familia…tenía pocos años de edad y estaba deseoso y entusiasmado por tener una mamá. Entre ellos intercambiaron todo el amor y cariño que llevaban años almacenando y crearon un vínculo maravilloso.

Mi padre era el mayor de los tres hermanos. Apenas 8 años después de los acontecimientos que os he contado llegué yo. María se encontró con unos hijos “criados”, pero sus nietos disfrutamos de ella desde el principio. Tiempo después me confesó que tras la noticia de mi nacimiento dedicó pensamientos  a  mi abuela biológica. Ellas se conocían de toda la vida y no pudo evitar pensar que se estaba llevando la alegría de otra…pero bueno…las cosas vinieron así.

Los siguientes años los recuerdo con ternura.

Recuerdo los veranos en los que comencé a quedarme con ella para hacerle compañía cuando mi abuelo se iba temporadas fuera a trabajar. Recuerdo las mañana haciendo dulces con ella para las fiestas. Recuerdo como les hacía ropa de ganchillo a mis muñecos…y recuerdo su cara cuando descubrí que sus apellidos no coincidían con los míos y tuvo que explicarme el motivo…

Mi abuelo tenía dos hermanas.

Ellas eran el pilar de la familia. Todos los hermanos y sobrinos que tenían, de una manera u otra, eran en parte beneficiaros de sus cuidados y sustento.

Las dos eran especiales a su manera. Una con mucho carácter, directa y en ocasiones hasta demasiado franca y ácida…y la otra: todo corazón, abnegación y sensibilidad.

Primero trabajaron en el bar familiar…y tras varios años, abrieron una tienda de ultramarinos que cerraron cuando se jubilaron. Se hicieron cargo de mi bisabuela hasta su muerte…y nunca dejaron de velar por el resto de la familia.

No se casaron. Podrían haberlo hecho pero no les dejaron. Hicieron elecciones que su familia no aprobó, así que no les quedó más remedio que tenerse la una a la otra…Todavía recuerdo cuando con los ojos vidriosos me dijo una de ellas… ” ¿Ves ese señor?, él me regaló esta moneda…y me pude haber casado con él”.

¿Recuerdas esa historia Silvia?

Mi padre les ayudaba en la tienda como compensación a los cuidados (y alguna cosa más) que ellas prestaban a la familia. De hecho, allí conoció a la hermana de la maestra del pueblo. Era mi madre. Tuvo un vínculo especial con ellas que luego heredamos sus hijos. Las quiso como madres y ellas a él como hijo.

Cuando íbamos al pueblo, al ser tantos hermanos, nos distribuíamos entre la casa de mi yaya y la de mis tías. Íbamos de una a otra como si estuvieran unidas por un pasadizo invisible. Ambas casas eran nuestro hogar.

He tenido la fortuna de haber disfrutado de estas tres mujeres y de su cariño. Dedicaron su vida a trabajar y a cuidar a los demás…y creo que en ocasiones no estuvimos a la altura de corresponderles.

Gracias por vuestro amor. Os echo mucho de menos a las tres…

4 Comments

  1. Un precioso artículo para reflexionar sobre nuestros mayores…

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  2. Gracias Silvia. Sentarse, tomarse un café con ellos y escuchar sus historias, simplemente enriquecen a una persona.

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  3. Las personas pasan y quedan los recuerdos, es cierto que tenemos más en cuenta las cosas malas y las buenas las obviamos.
    Con el paso del tiempo ese recuerdo obviado se transforma en motivo de recuerdo de una gente que tanto nos dió y sin embargo poco recibió.
    Supongo que fue porqué no éramos lo maduros que somos ahora y no teníamos la capacidad necesaria para corresponder toda esa bondad recibida.
    Yo también me acuerdo de ellas, de mi iaio Alfredo y mi iaio Pepe, de las propinas del primero por ir a comprar el periódico y de las Navidades en las que el segundo se disfrazaba de Papá Noel.
    En los cariños que nos daban y que hoy en día lis revivo cuando mis padres y suegros han cogido el testigo del mimo ‘abuelar’ ( si se me permite el barbarismo ) y lo ejercen en mis hijas y sobrinos.
    Ellos nuestros mayores son pilar fundamental en nuestras vidas y por ende en la vida de nuestros hijos.
    Papas míos y iaios de mis hijas os quiero!

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  4. Ojalá este artículo haya hecho reflexionar. Si tenemos la suerte de haber compartido la vida con personas que nos han querido y se han esforzado por hacernos más felices…recordarlos nos reconfortará, al mismo tiempo que no podremos evitar el esbozo de una sonrisa.

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